58- FRENTE A LA SINAGOGA DE CAFARNAUM Juan 6,22-71
Jesús y sus seguidores discuten con el rabino y el terrateniente sobre la justicia exigida por Moisés: nadie con más, nadie con menos.
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1. Hasta finales del siglo pasado no se descubrieron las ruinas de la sinagoga de Cafarnaum. Unos 400 años después de la muerte de Jesús, Cafarnaum fue destruida y poco a poco todos los escenarios del tiempo de Jesús quedaron deshabitados y fueron reducidos a escombros. Una de las labores llevadas a cabo con mayor cuidado después del descubrimiento de las ruinas fue la restauración de la sinagoga. No era la que Jesús conoció, pero sí estaba construida sobre la de aquellos tiempos. El actual edificio es del siglo IV, muy espacioso, con gruesas columnas y hermosos adornos en las paredes. Está muy cerca de la casa de Pedro.
2. En el culto que se celebraba cada sábado en la sinagoga, y al que Jesús asistía habitualmente con sus paisanos, se hacía la lectura de un fragmento de las Escrituras y los mismos asistentes lo comentaban. Ni la lectura ni el comentario eran tareas específicas del rabino. A las mujeres no se les permitía hablar en la sinagoga.
3. El maná o “pan del cielo” fue el alimento que los israelitas hallaron en el desierto en su larga marcha hacia la Tierra Prometida. Las normas dadas por Dios para la recogida del maná trataban de evitar la acumulación y la desigualdad en el reparto de la comida para que alcanzara para todos (Éxodo 16).
4. Compartir fue una consigna constante en el mensaje de Jesús y por eso, la relación entre la celebración de la eucaristía y la práctica de la justicia ha sido una cuestión tan antiguo como el cristianismo. Pablo afirmaba que donde existe la desigualdad y ésta es ostentosa, no se está celebrando la eucaristía, sino un acto que el Señor condena. Su denuncia de estos casos fue ardiente (1 Corintios 11, 17-34).
En los primeros siglos de cristianismo existió una gran sensibilidad para captar la relación eucaristía-justicia y sólo celebraban la eucaristía y compartían el pan los que ponían antes sus bienes en común con todos los hermanos. El obispo tenía la obligación de vigilar quiénes llevaban ofrendas a las misas. Si se trataba de personas que oprimían a los pobres, estaba prohibido recibir nada de ellos. (Constitución Apostólica II, 17, 1-5 y III, 8 y IV, 5-9).
Esto se llevaba con tanto rigor que en el siglo III la Didascalia dispuso que si para alimentar a los pobres no existía otro medio que recibir dinero de los ricos que cometían injusticias, era preferible que la comunidad muriera de hambre (Didascalia IV 8, 2). A lo largo de siglos, disposiciones de este tipo se multiplicaron en los escritos de los Santos Padres y entre las comunidades cristianas de muy distintos lugares. Fue a partir del siglo IX que todo esto se fue olvidando y comenzó a ponerse el énfasis únicamente en la presencia real de Cristo en el pan eucarístico y en cómo explicar tan sublime misterio, perdiéndose de vista la relación del rito de la eucaristía con la práctica de la justicia social.
Los profetas de Israel inauguraron la tradición de vincular el culto a Dios con la práctica de la justicia. En las mismas puertas del Templo de Jerusalén, el profeta Jeremías “escandalizó” a los hombres religiosos de su tiempo y al propio rey denunciando la falsa seguridad de los que se amparaban en el culto, olvidando sus deberes de justicia (Jeremías 7, 1-15; 26, 1-24).
Con esta libertad, característica de los grandes profetas, Jesús antepuso la justicia al culto y en el lugar santo habló de lo que es más sagrado para Dios: la vida de los seres humanos, la igualdad entre ellos. Así, dijo que nadie llevara ofrendas al altar si alguien tenía alguna deuda pendiente con algún hermano, pues primero es la reconciliación entre los seres humanos que el culto a Dios (Mateo 5, 23-24).
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